lunes, 19 de noviembre de 2012

Juguemos hardball

No hay duda de que el gobierno PP va adquiriendo alguno de los malos hábitos que tanto criticaba al PSOE cuando era ileal oposición; en concreto, hacer uso partidista del poder judicial y de las fuerzas de seguridad del estado. Lo primero ya lo demostraron en las pasadas elecciones gallegas, con el aireado caso de corrupción del alcalde socialista de Orense, que explotó casualmente dos semanas antes de los comicios galaícos. Lo segundo, lo vemos ahora con el también accidental y coincidente borrador de informe policial sobre las cuentas suizas de las familias Pujol y Mas, publicadas con toda la trompeteria por el diario El Mundo diez días antes de las votaciones en Cataluña. Estoy totalmente a favor de que se investiguen, destapen y castiguen los casos de corrupción; soy absolutamente contrario a los planteamientos independentistas de CIU; pero estoy igualmente en contra de que los partidos controlen poderes que deberían ser independientes y neutrales. No vamos a ser ahora tan inocentes de pensar que la política sea limpia y pura cual corderito de Norit; más bien sabemos que las pestilenciales cloacas del poder deben de estar atascadas de todo lo que por ellas corre y no corre; pero sí tenemos la obligación de  recapacitar sobre hasta donde pueden llegar en sus prácticas los políticos, cuando tratan de allanar obstáculos opositores escudándose en la lucha contra la corrupción que ellos mismo fomentan; fundamentalmente porque en la mayoría de los casos no se trata de la defensa de intereses nacionales -como podría ser considerado el caso Mas- sino de espurios intereses partidistas. Don Artur, que no es un niño de coro en estas lides, se ha enterado -y bien- de lo que vale un peine; y de que esto de reclamar, desde tan eminente posición como la que representa, la independencia de Cataluña, no es ya la broma juvenil de subirse al estrado durante las asambleas universitarias de la transición